Federica Matta para la Corporación Cultural de Ñuñoa

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Federica Matta y la poética de la política

Por Romero Martínez | Fotografías por Hans López

Hay un hombre de rojo. De pantalón de buzo rojo, de chaqueta de buzo roja y un jockey rojo que usa hacia adelante, tan de frente que ensombrece su rostro que ahora es misterio, uno que desentona con su baile. Rojo, rojo, rojo. Baila salsa en altura. Baila arriba de una de las esculturas de Plaza Brasil. Baila salsa desde un celular que sostiene en la mano. Baila mientras espero a Federica. Son las 10:26 AM, de un día martes, y un hombre vestido de rojo baila salsa sobre una de las esculturas de Plaza Brasil, encima de los juegos que Federica Matta diseñó hace 30 años.

Antes de este martes, antes de las esculturas e incluso, tal vez, antes de este hombre, fue abril de 1991 y por esos días se completaba un mes desde que Patricio Aylwin asumió como el nuevo Presidente de la República de Chile, esta vez por elección democrática, luego de casi 20 años en dictadura militar.

Es precisamente en abril de 1991 cuando la francesa Federica Matta, escultora y creadora de la actual imagen de Plaza Brasil, pisó por primera vez Chile. Hasta entonces, su única conexión con el país era su padre: el arquitecto y reconocido pintor surrealista Roberto Matta. 

Hoy conmemora 30 años de la inauguración de la Plaza Brasil junto a sus juegos, en paralelo a la puesta en marcha del proyecto piloto «Villa de los Imaginarios», un espacio virtual planeado junto a la Universidad Tecnológica Metropolitana que busca revalorizar, compartir, aprender y colaborar en torno a las riquezas culturales, históricas y artísticas del contexto territorial de cada participante.

Más allá de tu padre, sacándolo del mapa de esta respuesta. ¿Cómo describirías tu vínculo con este país? Un vínculo que sea solo tuyo.

Para empezar, nunca me hablaron de Chile. Yo no sabía nada de Chile antes del Golpe, ahí apareció Chile en mi vida. Y apareció con toda la violencia que sabemos. Cuando vine la primera vez, encontré un país como lo había imaginado: Muy triste, muy cerrado, con mucho miedo, que continúa hasta ahora, con falta de confianza, pero al mismo tiempo con esta solidaridad increíble, con esta poesía donde encontré lo que yo desarrollé después, una otra manera de hacer política que llamo una poética de la política. Eso es la política que hace la gente en los barrios, en las juntas de vecinos, todas las cosas que hacían las mujeres. Y esta plaza la hicimos así, juntos, hace ya 30 años. Creo que a través del corazón de esta plaza he ido conociendo a Chile. 

EL JUEGO COMO AUTOCUIDADO

Federica viste ropa muy colorida, color sobre color, patrón sobre patrón, elaborada por unos amigos japoneses. «Regalos muy queridos, que cuido mucho; las lavo a mano». Lleva colgado en el cuello una Flor de Teotihuacán, pues es en México donde últimamente ocurren los días. 

Su acento es complejo y encantador, en la misma medida. Escucha con los ojos, muy atenta y sin pestañear. 

Está sentada sobre una de sus esculturas: «Los dados del universo», aclara. Un gran cubo que, como a ella misma, pintó de todos colores. 

De lejos, entonces, la imagen luce así: Federica sentada sobre su escultura, rodeada de todas ellas. Es como estar dentro de su cabeza, o de su corazón. Conversamos en el espacio interior que ella creó, en su mundo imaginario y extraño que tiene lugar en nuestro espacio de lo real.

Este proyecto, el de la Plaza Brasil, fue formulado por Federica en 1993 y consistió en 22 juegos escultóricos inspirados en distintos paisajes de Chile: La Cordillera de Los Andes, el Cerro Santa Lucía, los volcanes del sur y los icebergs del frío más extremo del país.  

Entre ellas, la escultura más grande es la que evoca al Cerro Santa Lucía. De lejos, una figura híbrida de todos (o casi todos) los colores. Un monstruo amable con corona de torre. Un gran resbalín rojo. De cerca, detalles colectivos: arrobas de Instagram, declaraciones de amor, rápidos tags de plumón. 

«Yo estuve aquí y aquí te amé y esto soy y esto somos y aquí quedará»

Sobre El Cerro, un niño juega al cuidado de quien pareciera ser su padre. El niño dice que el cerro no le abre, que no quiere abrirle la puerta. Él quiere entrar en la escultura, pero lo que pareciera ser una entrada es ahora una pared verde de concreto. 

Hace unos años sí la hubiera podido atravesar. Las esculturas más grandes de Federica estaban huecas por dentro, esto hasta que algunos decidieron hacerla su casa. 

Dicen que fueron solo unos niños, que maravillados por sus formas y colores, que urgentes de frío y hambrientos de calor, armaron un cuento en esa tierra que no parecía la suya. Dicen que en realidad eran vagabundos hechos y derechos, no niños, hombres de años y años, en busca de lo mismo. Fedérica dice que dicen y dicen, pero ella no recuerda, solo sabe que de un momento a otro todas las entradas fueron bloqueadas. 

«La manera en que nuestra poética se transforma en política», ha dicho ella, Federica, no solo acá, también antes y después de esta entrevista. 

Una característica intrínseca en tu obra, importante de iluminar, es que es de amable lectura para toda edad, especialmente para las infancias. Creo que hay algo sumamente político en hacer arte legible y disfrutable para niñas y niños. ¿Compartes esta idea?

Yo pienso que cuando nos despertamos en la mañana y nos miramos en el espejo vemos un niño. No vemos una persona que ya está desarrollada, que ya lo entiende todo, vemos un ser en crecimiento que va andando con el mundo. Entonces, yo lo hago para los niños en nosotros, todos nosotros, porque cuando estamos aquí sentados y vemos a los niños jugar nos da energía, los niños colocan el movimiento que a veces perdemos por tristeza… quería decir saudade, la tristeza de otro mundo, de cosas que vamos a experimentar como imposibles, pero que continúan en nosotros. 

Cuidar esa infancia y, asimismo, cuidar de nosotros, por ahí puede ir la importancia de pensar en la niñez a la hora de crear.Dices: «Cuando nos despertamos en la mañana y nos miramos en el espejo vemos un niño». Vivo con esa idea, de que soy dos personas al mismo tiempo: La persona adulta de este presente y también ese niño que alguna vez fui. Y es esta persona que soy ahora la que cuida a ese niño, que lo lleva de la mano en todo instante.

Sí, pero también el niño te cuida, mucho más que tú cuidas al niño.

Seguramente, tiene más instinto, más intuición, que probablemente he ido perdiendo.

Cuando tú dices «soy dos personas», yo pienso que somos mil, somos cosmos, somos millones de personas. Tú ves que cuando la gente te reduce a un tipo de personalidad que tú tienes te viene como algo que te aleja, que no quieres estar ahí, que quieres ir a otra parte, porque yo puedo decir que soy la luna, el sol, el mar, yo la hija de mi padre, la hermana de mi hermano, la madre de mi hijo, pero eso no me cubre para nada, eso es muy superficial, esos son momentos, porque la realidad es que soy un ser humano en crecimiento muy preocupada de perder la tierra, de perder su casa, esa es la gran preocupación que todos compartimos, donde tenemos todos que trabajar.

Has hablado del arte en espacios públicos como «Acupuntura urbana», un arte que pasa por el cuerpo. ¿A qué te refieres con esa idea? 

Si tú haces un scanner de tu cuerpo te darás cuenta que te duele un poco aquí, que aquí estás un poco bloqueado. Tú puedes analizar tus sueños, ver que tienes un problema que desconoces y ahí nosotros hacemos una acupuntura leyendo un texto, escribiendo, colocando un color. Con la ciudad es lo mismo, la ciudad tiene lugares que son abandonados porque son demasiado tristes, la ciudad no puede pensar, entonces nosotros la podemos ayudar colocando una forma, un color para reactivar y remagnetizar la tierra. 

A manera de complementar lo dicho por Federica, la cito a ella misma, hace cinco años atrás, en 2018, cuando junto a la Municipalidad de Santiago re-inauguraron la Plaza Brasil a propósito de la restauración de sus esculturas. En esa ocasión, sobre ellas, Federica dijo: «Fueron hechas en una época en la que Chile estaba emocionalmente vacío. La memoria y el trauma de la dictadura hicieron de él un período muy duro. El objetivo de la Plaza es traer entusiasmo y alegría a este espacio». 

A 30 años de estas esculturas y a 50 años del golpe de estado en Chile, pareciera que ese primer objetivo debe seguir siendo el mismo, que ese trauma sigue latente, a pesar de que hoy incluso estamos liderados por un gobierno abiertamente de izquierda. ¿Por qué crees que nos aferramos a pensar y contar esta herida?

Esa es una cuestión muy profunda, no sé si soy capaz de responder, pero la gran verdad es que el trauma nunca desaparece, y estamos con el trauma fácil a analizar de la dictadura, pero somos muchos otros traumas: De no poder ser aceptado, de no tener su lugar, de la exclusión, del exilio de cada persona, exiliado de tu alma. Entonces, siempre estamos buscando nuestra alma; es una cuestión muy profunda y este Gobierno consciente, inteligente, presente, está en un lugar donde el trauma es el centro. ¿Puedes imaginar lo que es estar todos los días en La Moneda con estos fantasmas y esta tristeza? Yo lo admiro mucho y le quiero mucho (al Presidente Gabriel Boric), quiero ayudar lo más que pueda. Pienso que esta plaza, en un pequeño nivel, ayuda porque dice que en el medio del trauma somos capaces de conectarnos con la naturaleza, con nuestra afectividad, aquí estamos en un pequeño lugar muy afectivo, eso estamos creando, no vamos a eliminar todo lo que pasó en la Tierra, pero lo vamos a combatir con las fuerzas adversas que para mí es la poesía. 

Y en comunidad, ¿no? Finalmente lo que busca una plaza es servir como un punto de encuentro.

Eso, para encontrarnos y para compartir y para no estar de acuerdo, para estar de acuerdo, para no tener miedo del otro, para no tener miedo del otro en mí. 

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