Por Arianna de Sousa-García.
El camino del libro es tan largo como la historia de la humanidad. Hoy no se escapa de todo lo que vivimos el resto, ha debido ajustarse a la vida y su trajín, a la sobreproducción, a la banalización y al hacinamiento, ha tenido que saber asumir esa marcha, adaptarse al medio.
Son muchas las editoriales que se han volcado en esto y la mayoría ha respondido ofreciendo libros cada vez más pequeños, más portátiles, pero lo han hecho sacrificando tiempo dedicado al libro, materialidad e incluso calidad literaria, es decir, contrario a resolver algo, han creado otro problema.
Sumidos en esta situación, lo verdaderamente destacable es el trabajo detrás del libro cuando se sigue pensando como objeto que deja ver, que difunde, que abre, y los proyectos editoriales de José J. de Olañeta, su colección Centellas en particular, es uno de esos proyectos en los que siempre habrá que tener un ojo puesto. El editor y su equipo parecieran tener esa premisa en mente a diario, recordar las posibilidades del libro en cada paso de su ejecución desde 1976.
Centellas es una extensa colección en pequeño formato que indaga, entre otras cosas, sobre la vida, el arte y los artistas, y que está interesada especialmente en la originalidad en la escritura. Se compone de títulos de Woolf, Benjamin, Chéjov, Premchand, Blake, Thoreau, entre otros.
En mis manos tengo Notas sobre la melodía de las cosas, de Rainer María Rilke, no sólo es cómodo en tamaño, diagramación y diseño, como debe ser un libro que pretenda ser leído, también es profundamente bello. La portada reproduce a San Jerónimo en el desierto y la contraportada la Llamada de los hijos de Zebeo, ambas pinturas de Marco Basaiti, a cuya obra además hace referencia el texto, demostrando entonces que en un libro que funciona nada es al azar y nada es únicamente ornamento, que todo es detalle y trabajo.
Pensando en esas dos características, detalle y trabajo, finalizo estas líneas con un extracto del libro:
II
Imaginar no puedo un saber
más dichoso que este:
es preciso convertirse en aprendiz.
Alguien que escribe la primera palabra detrás
del lapso centenario
de una raya.