Por Romero Martínez
De simple apariencia hasta que suelta palabras. Parecieran escapársele, vivas como peces fuera del agua, resbalosas e inquietas, pero aun así logra atraparlas. Su técnica no es limpia ni perfecta. Las ideas se cruzan e interrumpen, cambian la dirección de su habla y termina hilando letras a una pregunta que nadie hizo o que tal vez estaba ahí, por debajo.
-Bueno, perdón. Parezco un profeta.
De eso se tratan las entrevistas, ¿no?
-¡De dar jugo!, dice él, Alejandro, entre risas, mientras enrolla la caña con la idea que dejó ir.
¿Qué connotación entregamos a la simpleza?, ¿positiva o negativa? Colores neutros, de poca bulla, un cabello que fue corto hace no mucho y ahora crece sin guía. Semblante de observador. Esto último tal vez sea una constante en quien trabaja contando historias: personales, ajenas, inventadas. O de quien gusta leerlas. Eso es: parece estar leyendo todo el tiempo, incluso sin un libro en la mano.
Alejandro Zambra es escritor, entre algunas otras cosas. Volvió a Chile después de dos años fuera, en Ciudad de México, como invitado al primer Festival Internacional del Libro y la Lectura de Ñuñoa. Luego de una semana en esta angosta línea, se fue una vez más, pero ahora para votar por la segunda vuelta presidencial de Chile. Vota en México. Salir para estar.
Mucho tiempo no pasó para otro regreso, una semana tal vez, y ya estaba de vuelta en Chile, invitado junto a su pareja, la escritora mexicana Jazmina Barrera, a la Feria Internacional del Libro del Biobío, organizada por la Universidad de Concepción.
En ese ir y venir, en un café por el centro de Santiago, responde preguntas sobre sus obsesiones.
“Me interesa mucho el misterio de lo nacional, qué significa ser de un país o de otro. Estoy volviendo después de dos años. Yo viví ahí en la Plaza Ñuñoa un tiempo y fue muy emocionante porque es muy raro estar dos años lejos de tu país. Todavía me pasa un poco que todo me parece bonito, de forma bien absurda, como ‘¡Ay! ¡Hay un Líder ahí! ¡Mira, ahí está!’. Una hueá muy ridícula”.
IMAGINAR CÓMO RESPIRA OTRA GENTE
En esta línea temporal, Gabriel Boric es el nuevo Presidente de Chile. El café donde Zambra responde y responde está por debajo del suelo, a solo metros del palacio La Moneda.
Parece difícil, entonces, pensar una primera pregunta sin tener al frente y atrás y por los costados la contingencia más inmediata del país. Un recambio de liderazgo hacia la izquierda. Hacia, esperemos, las y los acallados.
Me gustaría traer a la mesa algo que dijiste para el diario El País en 2019: “Si fuera presidente, un presidente mundial, obligaría a todo el mundo a llevar un diario y les prohibiría publicarlo”. ¿Qué hay para ti en la escritura que se pueda volver tan necesario para las personas?
Para mí la escritura necesita ser pensada desligada de un propósito. Escribir es escribir no más, de pronto hay mucha romantización. Lo que trataba de decir con ese chiste es que necesitamos recuperar la intimidad y un medio para rescatarla, la verdadera intimidad, es la escritura, es la manera más simple incluso a la que tenemos acceso cotidianamente. No creo que a nadie pueda hacerle mal escribir, al contrario, le quita responsabilidad a los demás sobre lo que te pasa.
Ahora, no es que esté en contra de la escritura en su dimensión pública, de hecho, publico libros, pero sí creo que hace falta ese espacio de autonomía verdadera y de gratuidad, de llegar al punto en que no necesitas siquiera hacerte responsable de lo que escribes porque se agota en ti. Creo que es un ejercicio en el mismo sentido que hay ejercicios para el cuerpo, este es uno para la mente, digamos. Me parece muy luminoso lo que sale de ahí, incluso si es un espacio destinado a consignar oscuridades; esto que decía Violeta Parra, que la escritura da calma a los tormentos del alma.
¿Y en tu día a día llevas también un cuaderno de escritos más personales?
Sí, así parte todo. Yo creo en ese método que no tiene una sistematicidad aparente, o sea parece bien caótico, pero yo creo en el garabateo, en el boceto, creo que todo parte ahí.
La literatura permite acercarte a profundizar en algo que no necesariamente vas a domar, no vas a cerrar, pero te permite traicionar al silencio sin domesticar el pensamiento. En el fondo, todos podemos encontrar motivos para quedarnos callados o para gritar todo el tiempo. La literatura tiene unos ritmos muy extraños y a mí me parecen muy saludables, aunque parezca contradictorio.
Y de pronto una idea salta del agua, el hilo de pesca se tensa y la caña tira y resiste y se mueve. Él la toma y dice:
-No me gustan los discursos que ponen a la literatura en una posición de superioridad, pero me interesa mucho relevar su lugar en la vida. Escribir es escribir mal. Yo creo que eso es bien importante recordarlo. Es equivocarse, es arreglar la frase, convivir con ella, quedártela, luego pensar que podrías mostrarla, cambiarle alguna cosita más. A mí me impresiona siempre que suelen prevalecer ideas heroicas de la escritura. Hay un triunfo que es el triunfo de acercarse a lo innombrable, eso existe, está ahí y es lo que sentimos como lectores, que alguien fue capaz de decir algo que reconocemos, pero no sabíamos que era posible decir. Es emocionante eso, pero ese triunfo tiene que ver con numerosas derrotas porque ese libro fue escrito probablemente a lo largo de mucho tiempo y es un mensaje escandalosamente diferido. En general, lo que uno hace es arrastrar pensamientos, a veces por años, que de pronto salen y aterrizan, tener una idea que diez años después termina traduciéndose en algo o simplemente tener una ansiedad que va contigo, que te habita y que de pronto a las tres de la mañana, un día cualquiera, lo escribes y sale. Pero en realidad no salió ahí, sino que todas las veces que escribiste estuvo a punto de salir. La escritura no es un momento de genialidad, sino un hábito que tiene que ver con la respiración y con construir otras formas de respirar, como incluso imaginar cómo respira otra gente.
EL JUEGO ES EL ESTADO NATURAL
En otra línea de tiempo, anterior al café y a Boric presidente, Silvestre, su pequeño hijo, dice entremedio de un audio de WhatsApp: “Te voy a mandar lo más malo del mundo”, y se va, o imagino que sale corriendo, o solo deja de escucharse. Alejandro se ríe. “Está jugando, dice”.
Lo más malo del mundo, con una voz que no conoce maldad alguna.
– Con él todo es muy divertido, es muy gracioso, me voy a quejar alguna vez en mi futuro, supongo, pero hasta aquí ha sido todo muy divertido. De pronto empezamos a hablar cuando hay alguien escuchando, un chileno, por ejemplo, y comentamos comidas que no existen como si existieran para cachar si el tercero se da cuenta que las estamos inventando sobre la marcha. Es muy divertido porque el estado de juego lo es. Por supuesto, hay muchísimas responsabilidades y es muy abrumador a veces. Yo creo que habemos personas que siempre hemos querido eso, estar jugando todo el día. El juego es el estado natural.
A partir de otras entrevistas, también de tus últimas publicaciones como Poeta Chileno o tu columna Experiencia en Ciper, y de tu práctica más palpable como humano, veo que la paternidad es algo que está tomando varias palabras de tu boca. Por ahí también escuché que hay un libro, muy híbrido en su forma, que va sobre esto. ¿Qué nuevas cosas en tu experiencia humana te han llamado la atención sobre este rol/vínculo, tanto como padre e hijo?
Uy, de esto te podría hablar mucho rato. Bueno, ese libro yo creo que lo voy a publicar a fines de este año, pero todavía tengo que tomar algunas decisiones, sobre todo porque es muy largo y creo que tiene que tener menos texto e ir mucho más allá de mi experiencia, digamos, a partir de la experiencia. No creo mucho en lo autobiográfico en sí mismo, o sea me gustan mucho esos registros, sobre todo cuando transmiten una experiencia comunitaria que a veces solo se puede transmitir en primera persona, eso lo adoro como lector y en el fondo existe el mal entendido que lo autobiográfico es como una especie de registro de la vida de alguien que sería interesante en sí misma. Yo siento que es más bien como un intento de ir más allá de lo nombrable y que justo esas experiencias permiten identificarte, cuando llegamos al misterio.
Mientras más se habla de adentro, más se habla de algo universal.
Claro, claro, claro, sí, porque llegamos al misterio de por qué chucha estamos vivos. O sea, todo es raro cuando te pones a pensar en ello, todo es profundamente raro y todos mirados de cerca somos complejísimos y a la vez ridículos. Eso es lo que he tratado de ver en una experiencia que para mí ha sido también una decisión, en nuestro caso una experiencia muy distinta a la generación de nuestros padres.
Para mí este es un tiempo de re aprendizaje absoluto y la paternidad en ese plano rima muy bien con este tiempo colectivo de repensarlo todo, de repensar el país, de repensar la Constitución, las relaciones entre los géneros, nuestra relación con el planeta. Yo también tengo esa misma discusión continúa que me hace sentir muy vivo, yo sé que es como una canción de Cristián Castro o algo así, pero sí es eso, es una sensación muy embriagadora de movimiento que por suerte me tocó todavía no tan viejo, porque supongo que puede que el cuerpo se cansé de ese movimiento, y también tuve mucha suerte que coincidiera con la edad de mi hijo, sus dos años. Estás en un lugar en el que te importa más la vida de tu hijo que la vida propia, es muy raro eso, lo sabemos, lo podemos presentir, pero una vez que sucede es una emoción constante que va con uno. No es un llanto para la galería, no es una declaración bonita, también es un pensamiento abrumador y de nuevo una conexión con el misterio y con una cierta melancolía de cómo fueron las cosas o cómo pueden ser las cosas. Incluso una melancolía puede estar en el futuro. Y mucha fuerza también, mucha alegría.
EL MISTERIO, ESO ES LO QUE NOS IMPORTA
Poeta Chileno (Anagrama, 2020) es el último libro publicado por Zambra. Una novela de 420 páginas sobre el ímpetu de dos escritores por la escritura, precisamente. Gonzalo y Vicente, padrastro e hijastro. A través de su historia, las páginas dicen también de la masculinidad, del amor por la literatura, de los vínculos humanos, de la familia, la chilena, de las calles y paisajes, del español nuestro.
Pienso en la palabra obsesión, porque encuentro tremendo escribir una misma historia por 420 páginas. Una de las cosas más complejas en cualquier trabajo creativo es la constancia, por lo mismo no deja de impresionar un texto de tan largo aliento. Quizás una palabra más adecuada que obsesión sea perseverancia. ¿Qué te hizo insistir en esta historia, en Poeta Chileno?
A mí me gusta más la palabra obsesión que perseverancia. Siempre he estado un poco en contra de la novela y esta es la primera vez que escribo una que parece una novela, que incluso se parece mucho a las novelas y creo que justo fue porque de pronto surgió algo que yo podía habitar. Por supuesto, sentía mucha ansiedad de terminar pronto, pero más bien escribir me llevaba a habitar un espacio que está vinculado a Chile y a mi manera de hablar. Pero no es tanto perseverancia, es la obsesión la que te lleva a esa constancia y luego ya no hay ni siquiera constancia porque ya es, es un momento difícil porque ya está, ya existe el libro, aunque no lo hayas escrito del todo, entonces ahí se parece más a una escultura: tú tienes que estar ahí limpiando, sacando unos pedazos, para que aparezcan otras suciedades.
¿Qué fue entonces lo que te hizo perseverar? ¿Cuál fue la idea que te obsesionó?
Es difícil, te puedo responder con alguna mentira, pero es un acto de amor, po. Cuando recién estaba viviendo en México sentí una nostalgia, pero de la mala, de la que te hace amargarte, la nostalgia amarga. Teníamos todos estos planes muy hermosos, pero de pronto me preguntaba en qué clase de chileno me voy a convertir. Para la gente de mi edad, los modelos de chilenos incluían el expatriado, mucha de la literatura que leíamos era producida fuera de Chile, sobre todo la poesía. ¿Me convertiré en ese chileno insoportable que encuentra que en Chile está todo mal y que si no lo incluyen en una antología se enoja por cuarenta años? O bien voy a tratar de construir un espacio de lo nacional que además me permita criar. Me empezaba a hacer ese tipo de preguntas y esta novela me proporcionó la posibilidad de acceder a esa otra nostalgia, que es la nostalgia que prolifera, una nostalgia de 400 páginas, una nostalgia que se nutre del placer, de compartir un vínculo, una novela donde el narrador es muy importante, un narrador que durante buena parte de la novela está ausente, pero que siempre está ahí como esos amigos que se quedan en el umbral y te empiezan a contar una historia y tú les dices pasa pasa pasa, pero ellos se niegan y siguen contando la historia, como un narrador chismoso y a la vez cariñoso, de pronto medio cruel. Creo que ese es el movimiento del que me enamoré. Es mi novela donde hay más diálogos, conversación literal entre los personajes, pero también hay una sensación de diálogo continúo, como el anfitrión que te está llenando la copa todo el rato. Te estoy llenando la copa porque quiero que hablemos, esa es la sensación que yo sentía y me dio pena terminarla.
Poeta Chileno habla de la vida, de los vínculos humanos, a través de los ojos de poetas. ¿Qué particulariza la visión de alguien que escribe poesía en relación al resto?
Quienes trabajamos con las palabras estamos siempre muy atentos a cómo van cambiando, a qué podemos y no podemos hacer con ellas, a los hechos que se generan por darle la oportunidad a las palabras de pasar a través del cuerpo, no simplemente entenderlas como una función, sino más bien como un hacer. Y yo no sé si esa es una manera mejor qué otra, pero sí me parece que las instancias de placer, de comunicación y de complicidad se nutren de esos pequeños secretos que estamos comunicando a través de las palabras.
Los poetas están ahí en la sociedad y es gente que está haciendo otras pegas, que está buscando construir un espacio para el ocio que la sociedad no valora en general. Entonces, un poeta puede ser un profesor, un periodista, un músico callejero. Me interesan mucho las posibilidades que nos da ese segundo aire para la comunicación.
Desde esa perspectiva, tal vez buscamos crear ese espacio de ocio, a veces de manera inconsciente, porque nos humaniza. Rompe, de alguna forma, el ritmo de la máquina.
Claro, claro, esa es mejor respuesta. Está el misterio, como dice Clarice Lispector. A mí lo que me interesa es el misterio, que se manifiesta de muchas formas en un día cualquiera de nuestras vidas. La depresión real, creo yo, es cuando sientes que no hay misterio, cuando no hay nada qué descubrir, esa es una sensación muy paralizante porque te sientes muerto.
Cayó esa última palabra y sus ojos se desviaron a la puerta. El misterio, el suyo, entrando con los brazos abiertos. Corriendo con piernas de no recién nacido, pero casi. Alejandro se desarma. Las partes de su rostro se reordenan. La sonrisa lo deforma. Los brazos se le expanden. Se abrazan y conversan como pares y las edades y los tamaños se vuelven difusos. Silvestre y Alejandro. Su hijo. Todo lo que está por fuera de ellos, de ese momento, se suspende, termina. Como esta entrevista.