Entrevista

Se lo agradesco* de corazón: la obra de Alicia Vega

Alicia Vega

Por Romero Martínez y Pilar León Pardo.

Fotografías por Julián Ortiz.

Abre la puerta y es una fotografía, la misma melena de cada retrato. El primer gesto es con la mano, luego vendrán los ojos y un rato más tarde, la boca. Indica una mesa redonda cubierta por un mantel a cuadros. Rojos y blancos, rojos y blancos. Continúa hablando solo con las manos. Sobre ese mesón hay una caja de cartón, en la tapa se lee: Cuadernos de Alicia. En su interior guarda tres de tipo universitario, cuadriculados y unidos por un espiral. Durante la primera parte de la pandemia, a mano escribió treinta años de trabajo y metodología. Treinta años del taller de cine para niños y niñas que ella misma creó.

Sin prisa camina en dirección al mesón, se sienta mirando hacia la ventana y recién en ese momento, la boca:

–Y ustedes, ¿de dónde son?

–Ahhh, ¿y qué hacen allá?

–¿Y les gusta?, ¿son felices?

Alicia Vega es investigadora y profesora de cine. Tiene 90 años. Entre 1985 y 2015 enseñó a alrededor de 6.500 niños y niñas de poblaciones vulneradas a lo largo del país. En sus talleres acercó la historia y herramientas del cine en palabras simples mas no simplonas. En su método es clave el respeto, la seriedad y el compromiso con los niños y niñas. Subestimarles, jamás. “Los niños hacían preguntas que eran mucho más interesantes que las que me habían hecho los alumnos en la universidad; eso fue muy estimulante para mí”.

La gran mayoría nunca había visto una película en una sala de cine. Los menos, tal vez, en una pequeña tele con interferencia. Junto a Alicia conocieron a Chaplin, a los hermanos Lumière, a Walt Disney y a Pasolini. A través del juego, entendieron cómo una cámara llega a captar el movimiento y de qué forma se arma un relato. Incluso simularon el rodaje de sus propias películas. 

Ella lo guardó todo, cada trabajo escrito y dibujado, los que años después, de la mano de la fundación que hoy lleva su nombre y preside, ordenó y sistematizó en una exposición que da cuenta de su labor y resultados. 

Entre esos archivos, conserva también los testimonios de sus estudiantes, como el de Rodrigo Henríquez de 10 años, que asistió al taller que tuvo lugar en la Federación de Trabajadores Aconcagua Unidos, en la V región, el verano de 1992:  

“Yo opino que el taller es muy bueno por que los enseña y lo pasamos bien y los tios son buenos cuando nos aguantan las mañas y la comida es muy buena los mojamos y lo pasamos de pelicula y me enamore a escondidas”.

O las palabras de Gladys Remolcoy de 10 años, en Castro, Chiloé, a finales del 2000:

“Me gusto por que nos enseño la tia alicia y el tio Eduardo a saber cosas como los hermanos Lumieres que abian inventado el cine desde 1895 después vimos la pelicula del Chaplin que el invento 80 peliculas y también isimos puras cosas bonitas y fuimos al parque aber una pelicula y se llamaba El globo rojo yo le agradesco a la tia por abernos enseñado a saber muchas cosa gracia y muy Feliz navidad. se despide Gladys Remolcoy se lo agradesco de corazón”.

LOS CUADERNOS

Al año siguiente del Golpe, recuerda, llegó a vivir a Ñuñoa, a una casa en Irarrázaval y luego a esta, la de la mesa redonda cubierta por un mantel a cuadros. Rojos y blancos, rojos y blancos. Vive con su esposo, el artista en grabado, Premio Nacional y también profesor Eduardo Vilches. Y en ella, en esta casa, juntos coleccionan.

A pasos de la entrada, patas de piano de cristal de este y todos los colores; en el living, hormas de zapatos de numerosos calces; en las ventanas, botellas azules, largas, chicas, anchas y flacas; en el comedor, libros, en su mayoría de él y solo una parte de los suyos, los de cocina. “Si hubiera elegido otra profesión, hubiera sido la cocina”, confiesa. Saca dos libretas del estante, en ellas hay recetas copiadas con letra manuscrita. Alicia las traspasó para sus hijos, las mismas preparaciones, una para cada quien.

Los libros de cine los guarda en su pieza. “Ah no sé po, serán unos 2000, por lo menos”. Junto a ellos, hormas de sombreros, premios y estatuillas, linternas mágicas anteriores a la creación del cine y parte de su archivo personal del taller. 

De regreso al living, en la mesa de centro, descansa una copia del borrador de la propuesta de nueva constitución para Chile. Algunas páginas están marcadas con pestañas de colores, pero no por obra suya. “No la pude leer, es muy chica la letra. Mira, yo le pregunté a una persona de la imprenta y me dijo que quien eligió la letra tiene veinticinco años… lee regio po”, cuenta entre risas.

En unos días, el 23 de agosto, cumplirá 91. Ya van siete años desde la última vez que dirigió uno de sus talleres; el último, en Recoleta. Decidió dar un paso al costado porque su cuerpo lo pidió. El dolor de sus huesos, especialmente de sus manos. Años más tarde, tal vez por la fuerza de la costumbre, escribirá a pulso manuscrito sus cuadernos, esta colección publicada por Editorial Ocho Libros, donde explica todo acerca del taller, dividido en tres partes: “12 juegos”, “Lenguaje” y “Películas”. 

El primero va sobre los juegos que practicaban en los talleres, sus resultados y la experiencia a través de esa enseñanza. El segundo está dedicado al lenguaje cinematográfico junto al programa con que fue enseñado y la respuesta de los niños y niñas al método. Y el último, una selección de las películas que exhibió a lo largo del taller. En total mostraron 80 películas, de las cuales escogió 22 que despertaron especial interés entre sus estudiantes.

Es el legado de Alicia, explicado por ella misma, pensado para educadores/as o para quien esté dispuesto/a a seguir su camino: “La persona que tome estos cuadernos puede inspirarse para hacer lo que le guste, lo que le interese. Lo puede agrandar, lo puede achicar o lo puede desconocer, pero ya tiene una experiencia de lo que pasó con lo que nosotros hicimos. Incluso puede tomarlo gente que no tiene nada qué ver con el cine, para que puedan aplicar algunas técnicas nuestras en otras áreas, en otras artes, en otro sistema”.

En base a tu larga experiencia, ¿cómo crees que se vincula el arte con la educación?, ¿cómo la aplicación de esta metodología puede permitir la transformación social?

Yo creo que el arte siempre es entretenido y cuando uno está viviendo cualquier forma artística está no sólo abriéndose a un mundo nuevo sino captando elementos que a uno lo enriquecen como persona. Y luego, al sentirse enriquecido uno puede compartir lo que ha recibido y eso es lo socialista que tiene el arte, es que a uno lo une con otro. La música, la gente entera que está oyendo un concierto están todos unidos en algo. La gente, que es el público de una película, son grupos enteros que están vibrando al mismo tiempo con algo. Y todo eso tiene un sentido, el ver en la práctica lo que es compartir. Esto tiene un nivel superior en que uno siente que está tocándose con los otros en aspectos que son muy íntimos, pero que ayudan a entender al otro.

SIN EUFEMISMOS

Entre 1958 y 1990, Vega dirigió la cátedra de Apreciación Cinematográfica en diversos centros docentes de Santiago. Tras el cierre de la Escuela de Artes de la Comunicación de la UC, luego del Golpe de Estado, comenzó a dar clases en la Universidad de Chile para estudiantes de la Escuela de Teatro. Simultáneamente, la Iglesia Católica le pidió que dirigiera la Oficina de Cine de la Conferencia Episcopal del país, y así llegó a los niños.

Luego de unos años en el cargo, donde desarrolló el programa Cine-Foro Escolar, iniciativa que hasta 1984 reunió a más de 40 mil niñas y niños de colegios privados y públicos en sesiones de apreciación cinematográfica en el cine arte Normandie, se emancipó de la oficina y decidió enfocar su trabajo exclusivamente en las poblaciones pobres. Alicia habla sin ánimo de eufemismos, no hay sinónimo que valga:

“Uno nunca va a obviar el problema de la pobreza en Chile, porque hay más pobres que gente de clase media o gente rica. Entonces, si la mayoría del país es pobre uno no se puede hacer el leso de que no tiene idea de qué se trata. Con la experiencia que había tenido ahí (en la Oficina) me di cuenta que los niños ricos estaban muy bien plantados porque tenían familia, tenían colegios, tenían perspectivas de vida muy seguras. Los niños pobres no, nada”.

¿Qué te enseñaron los niños y niñas en la práctica de estos talleres?

Ella responde con historias, recuerdos que giran alrededor de tres palabras: lealtad, bondad y perspectiva. Dice:

“Siempre el niño en su pobreza más dura tenía pendiente su grupo y nunca lo dijo con aspaviento. Nosotros les teníamos una pequeña colación que era un pan con algo y fruta, y uno de ellos no comía la fruta porque se la llevaba a su abuela que le gustaban las mandarinas. El niño en la pobreza siempre tenía eso de preocuparse de alguien de su casa. Lo mismo pasó una vez que nos tocó la Pascua de Resurrección. Compré 200 huevos de chocolate grandes para que fuera un buen huevo y resulta que los niños le dieron un mordisco y se lo metieron en el bolsillo para llevárselo a su hermano”.

“Nosotros con una asquerosidad enorme decimos ‘mi papá es lo más cargante que hay’, pero ellos jamás nunca dijeron nada en contra de su familia. Lo único es que cuando llegaba el día de la madre, en los últimos diez minutos yo les ofrecía si querían hacer una tarjeta a su mamá y todos haciéndole tarjeta a la mamá y a la semana siguiente contaban que la mamá había llorado de la impresión porque ellos de sorpresa les regalaron esto. Más adelante, cuando llegó el día del padre —se ríe— les ofrecimos lo mismo, pero nadie quiso hacer tarjetas”.

“Había muchas mamás que nos decían ‘yo le doy un abrazo a los niños porque no tengo qué darles de comer’. Entonces uno se siente en tal forma distinto por el privilegio de haber comido comida caliente todos los días de su vida que considera que todo lo que le ha dado a los niños es muy poco en relación a lo que ellos le han entregado a uno. Y esas son marcas que van quedando, para siempre”.

CIEN NIÑOS ESPERANDO UN TREN

Aun con una memoria que excede expectativas, el archivo y el registro son fundamentales para Alicia. 

Anterior a sus Cuadernos, en 1988 se estrenó el documental “Cien niños esperando un tren” dirigido por un joven Ignacio Agüero, cuando no mucho hacía desde que eran estudiante y profesora en la Escuela de Artes de la Comunicación de la Universidad Católica. 

La película retrata el taller que realizó Vega a las niñas y niños de la población Lo Hermida, durante 20 sábados, en plena dictadura.

Un registro intimista y afortunado que pone un alto al tiempo en su lenta guerra contra los límites de la memoria, incluso para los de Alicia. “Cuando me doy cuenta de que Ignacio ya tiene casi 70 años, me da risa porque para mí, él representa a las personas jóvenes”, dijo hace un año para El Mostrador.

“Cien niños esperando un tren” será la película que inaugurará la Sala de Cine de Ñuñoa este 20 de agosto. Elección para nada arbitraria pues la vida y obra de Alicia Vega infunde el espíritu de este nuevo espacio, un lugar con programación gratuita para todo público, donde no sólo se proyectarán películas, sino que buscan levantar un puente entre las realizadoras/es del mundo y sus espectadoras/es, con el objetivo de acercar la cultura a las personas y así, como dice Alicia, ayudarnos a entender al otro.

“Yo lo encuentro sensacional porque es una manera de dar a conocer algo muy valioso en un país, que es su propia imagen. Ahora, hay unos niños de una población por ahí que nos hicieron lesos a nosotros, les cuento para que no les pase. Le dijeron a la mamá que tenía que pagar diez pesos para ver la película que les proyectábamos los sábados. Los pillamos como a mitad de taller”, recuerda riendo, sentada junto a sus Cuadernos, detrás de un mantel a cuadros. Rojos y blancos, rojos y blancos.

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“Cien niños esperando un tren” (1988) de Ignacio Agüero, 56 min.

Función inaugural gratuita. 

Sábado 20 de agosto, 19: 30 hrs.

Sala de Cine de Ñuñoa.

Irarrázaval 4055.

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